Carta a Javier Mariátegui - 1846
La carta se conserva en la colección privada de Gilbert Cuthbertson, profesor de ciencias políticas en la Rice University de Houston, Texas, y a quien contacté personalmente el año 2012. Alzedo se la envió a Javier Mariátegui (1792 – 1884) tras su regreso de aquel frustrado viaje a Lima de 1840, explicando lo ocurrido entonces:
Señor de todo mi aprecio.
El saludo del que a la distancia, sin el preliminar de amistad y sin la mediación de un tercero le tributa el homenaje de sus congratulaciones, creo podrá serle sorprendente; pero de ningún modo sospechoso ni desagradable; pues, nacido como usted en las márgenes del Rímac, lleva en su frente el honroso título de Peruano.
El incansable deseo de saber los acontecimientos de mi país, ya para llorar sus atrasos o gozarme en sus progresos, puso en mis manos el Mercurio de Valparaíso en el que, viendo el dictamen que como fiscal de la Suprema Corte exhibió usted el 30 de Octubre del pasado año, llenando los deberes de un celoso defensor de las inmunidades patrias, de un perfecto republicano y de un verdadero religioso, se cubrió mi alma de todo aquel placer que comunica la homogeneidad de ideas, gloriándome de que en los tiempos en que las preocupaciones hacen todo esfuerzo para regenerar entre nosotros los ominosos siglos de la edad media, sea en el suelo de mi nacimiento donde descuellen luminares que sirviendo de norte a los pueblos en la marcha de su ilustración, les den a conocer sus más sagrados derechos y los verdaderos quilates de la religión, cuya moral está constituida en las practicas Apostólicas.
El rasgo a que me refiero, leído aquí con entusiasmo por los amadores de la independencia republicana y de las luces del siglo, ha hecho la admiración de los que, no teniendo un conocimiento anticipado de usted, lo creían o poco adherido a tan decidido republicanismo o falto de resolución para desplegar tanta energía (antigua propensión del hombre juzgar a los otros por su propia estatura). Pero no así el que, conociendo en usted, muy antes de ahora, uno de sus más beneméritos y expectables compatriota, ha considerado la Vista-Fiscal como una consecuencia precisa de su carácter y decisiones. Y, sobre todo, ¿de que no será capaz y que no deberá esperarse del redactor, o corifeo de la redacción del Marca-Martillos? Esta obra (que por el orden en tratar las materias que se propone, la juiciosidad en sus discusiones y otras razones que omito, deja muy atrás a su ofendido), la conservo como una joya de inestimable valor; tanto por ser una producción de mi país, como por mirar en ella un prontuario de la parte más interesante de la historia eclesiástica.
Pero, Señor, cuantas producciones veo resultantes de aquella tierra feliz, donde la naturaleza parece haber hecho un ensayo de sus prodigalidades, son otros tantos motivos que aumentan la tristeza de mi corazón al verme separado de la atmosfera en que vi la primera luz donde solamente puede prolongar sus días el que nació en ella; y donde a esta hora debería estar tributándole el fruto de mis vigilias si el Gral. Presidente Dn Ramon Castilla, recordando sus promesas, y los compromisos contraídos conmigo, se mostrase consecuente a sus ofrecimientos, o mejor a sí mismo. Este Señor me prometió en su estada en Santiago, que a su llegada a Lima me haría llevar poniendo a mi dirección las bandas de música de los cuerpos cívicos (por ser esta mi profesión) y las de veteranos estantes en la capital a más, la enseñanza de una Clase o Catedra de música que se quería instalar. Esto último lisonjeaba más mis deseos, por lo que más abajo sabrá U.
En efecto, siendo ministro del Señor Gamarra me remitió una mota de su mano que aún conservo, llamándome a posesionarme de lo que me había ofrecido; y yo deseoso de habitar mi país y serle útil en un tiempo en que, a decir verdad, no hay un solo musico de capacidad, emprendí mi viaje abandonando cuanto aquí formaba una buena base de mi subsistencia. Mas como a mi llegada [ya] había acontecido la asonada del Sor. Vivanco, me hallé sin e[l] Gral. Castilla en Lima y menos en el ministerio; pero viéndome con su Señora en el Callao quien me notició de todo al mismo momento de mi desembarco me aseguró también que por su conducto le [podría] poner una nota que sería contestada antes de un mes, como en efecto le escribí y jamás me contestó. Viéndome yo en un aislamiento tal, ocurrí al Presidente Gamarra para que en fe de las cartas credenciales de su ex – ministro y amigo me pusiese en posesión de los destinos a que había sido llamado; pero este (según supe posteriormente) poniéndose al lado de los empeños de las Operistas que hicieron valer su influencia a favor de uno de la misma compañía me dijo, que, no habiendo ido yo por una contrata sino por una carta, no podía cumplirme nada. Así despidió el Gral. Gamarra a un artista del país, que sirvió en la guerra de la independencia con su persona y sus pobres talentos y que podía servirle con ventajas sobre su agraciado.
En este conflicto de no tener de que vivir, extranjero en mi Patria, sin recursos ni empeños, hube de volverme derramando lagrimas procurando restaurar alguno de los acomodos que había dejado en Chile para no perecer de hambre consumidos ya mis recursos: siendo lo más notable que sabiendo yo la exaltación de[l] Señor Castilla a la primera magistratura, le remití a fines de marzo del pasado año, un himno para su recepción, el que hizo cantar en el teatro varias veces, olvidando o despreciando el contestarme ni el aviso de haberlo recibido.
Gradúe U. ahora ¡cuánto pesará todo esto sobre el alma de un hombre pensador! Y si tales procedimientos deben serme aflictivos por los males irrogados a mi pobre depósito y a mi amenazada salud, todavía me es más sensible por que estando esto aquí en noticia de personas no de la última clase, sirva de prueba a los dicterios de falsos, inconsecuentes, sin carácter, &c. con que se nos apoda a los peruanos.
Verdaderamente, Señor, mi salud se desgasta rápidamente a in influjo de este clima feroz en todas estaciones; y en la necesidad de perecer, no sentiría pagar a la naturaleza la precisa deuda del nacer, sino dejar inconclusa la obra didáctica que hace seis años trabajo con el objeto de formar en mi patria músicos sabios en su profesión; y de otro modo, en caso de concluirla, que quedase inédita, o que alguno se la apropiase para especular con ella y dar glorias a su nación.
Sabe U. mui bien que esta clase de obras de que tanta necesidad hay, son las que más trabajo cuesta componer, por constar todas ellas de definiciones, análisis, ejemplos &c. con que es necesario persuadir convenciendo, convencer con la demostración, mas no por esto quiero decir que mi libro es el más sabio y erudito sobre este asunto , no Señor: la presunción está lejos de mi; y a pesar de más de treinta años de un asiduo estudio a éste propósito, solo sé, que aún me falta mucho que saber. Digo si, que en el orden metódico, desprendiéndome de la casi general manía de escribir solo para los sabios, me propongo enseñar y conducir al insipiente, y alumbrar al proficiente: dando a ambos conocimiento de la historia de la música aun de más allá de los Griegos y Egipcios, y resolviendo algunas cuestiones irresolutas hasta hoy en esta ciencia.
Dígnese U. disculpar esta larga y cansada discreción con que quizá lo he abrumado, dirigida no a otra cosa, que a darme a conocer, por si acaso le soy de provecho en algo; y concretándome a mi principal objeto, deberé suplicar a U. se sirva aceptar las consideraciones del alto aprecio con que me suscribo ser su apasionado y obsecuente servidor [&] B. S. M. J. B. Alzedo
Señor de todo mi aprecio.
El saludo del que a la distancia, sin el preliminar de amistad y sin la mediación de un tercero le tributa el homenaje de sus congratulaciones, creo podrá serle sorprendente; pero de ningún modo sospechoso ni desagradable; pues, nacido como usted en las márgenes del Rímac, lleva en su frente el honroso título de Peruano.
El incansable deseo de saber los acontecimientos de mi país, ya para llorar sus atrasos o gozarme en sus progresos, puso en mis manos el Mercurio de Valparaíso en el que, viendo el dictamen que como fiscal de la Suprema Corte exhibió usted el 30 de Octubre del pasado año, llenando los deberes de un celoso defensor de las inmunidades patrias, de un perfecto republicano y de un verdadero religioso, se cubrió mi alma de todo aquel placer que comunica la homogeneidad de ideas, gloriándome de que en los tiempos en que las preocupaciones hacen todo esfuerzo para regenerar entre nosotros los ominosos siglos de la edad media, sea en el suelo de mi nacimiento donde descuellen luminares que sirviendo de norte a los pueblos en la marcha de su ilustración, les den a conocer sus más sagrados derechos y los verdaderos quilates de la religión, cuya moral está constituida en las practicas Apostólicas.
El rasgo a que me refiero, leído aquí con entusiasmo por los amadores de la independencia republicana y de las luces del siglo, ha hecho la admiración de los que, no teniendo un conocimiento anticipado de usted, lo creían o poco adherido a tan decidido republicanismo o falto de resolución para desplegar tanta energía (antigua propensión del hombre juzgar a los otros por su propia estatura). Pero no así el que, conociendo en usted, muy antes de ahora, uno de sus más beneméritos y expectables compatriota, ha considerado la Vista-Fiscal como una consecuencia precisa de su carácter y decisiones. Y, sobre todo, ¿de que no será capaz y que no deberá esperarse del redactor, o corifeo de la redacción del Marca-Martillos? Esta obra (que por el orden en tratar las materias que se propone, la juiciosidad en sus discusiones y otras razones que omito, deja muy atrás a su ofendido), la conservo como una joya de inestimable valor; tanto por ser una producción de mi país, como por mirar en ella un prontuario de la parte más interesante de la historia eclesiástica.
Pero, Señor, cuantas producciones veo resultantes de aquella tierra feliz, donde la naturaleza parece haber hecho un ensayo de sus prodigalidades, son otros tantos motivos que aumentan la tristeza de mi corazón al verme separado de la atmosfera en que vi la primera luz donde solamente puede prolongar sus días el que nació en ella; y donde a esta hora debería estar tributándole el fruto de mis vigilias si el Gral. Presidente Dn Ramon Castilla, recordando sus promesas, y los compromisos contraídos conmigo, se mostrase consecuente a sus ofrecimientos, o mejor a sí mismo. Este Señor me prometió en su estada en Santiago, que a su llegada a Lima me haría llevar poniendo a mi dirección las bandas de música de los cuerpos cívicos (por ser esta mi profesión) y las de veteranos estantes en la capital a más, la enseñanza de una Clase o Catedra de música que se quería instalar. Esto último lisonjeaba más mis deseos, por lo que más abajo sabrá U.
En efecto, siendo ministro del Señor Gamarra me remitió una mota de su mano que aún conservo, llamándome a posesionarme de lo que me había ofrecido; y yo deseoso de habitar mi país y serle útil en un tiempo en que, a decir verdad, no hay un solo musico de capacidad, emprendí mi viaje abandonando cuanto aquí formaba una buena base de mi subsistencia. Mas como a mi llegada [ya] había acontecido la asonada del Sor. Vivanco, me hallé sin e[l] Gral. Castilla en Lima y menos en el ministerio; pero viéndome con su Señora en el Callao quien me notició de todo al mismo momento de mi desembarco me aseguró también que por su conducto le [podría] poner una nota que sería contestada antes de un mes, como en efecto le escribí y jamás me contestó. Viéndome yo en un aislamiento tal, ocurrí al Presidente Gamarra para que en fe de las cartas credenciales de su ex – ministro y amigo me pusiese en posesión de los destinos a que había sido llamado; pero este (según supe posteriormente) poniéndose al lado de los empeños de las Operistas que hicieron valer su influencia a favor de uno de la misma compañía me dijo, que, no habiendo ido yo por una contrata sino por una carta, no podía cumplirme nada. Así despidió el Gral. Gamarra a un artista del país, que sirvió en la guerra de la independencia con su persona y sus pobres talentos y que podía servirle con ventajas sobre su agraciado.
En este conflicto de no tener de que vivir, extranjero en mi Patria, sin recursos ni empeños, hube de volverme derramando lagrimas procurando restaurar alguno de los acomodos que había dejado en Chile para no perecer de hambre consumidos ya mis recursos: siendo lo más notable que sabiendo yo la exaltación de[l] Señor Castilla a la primera magistratura, le remití a fines de marzo del pasado año, un himno para su recepción, el que hizo cantar en el teatro varias veces, olvidando o despreciando el contestarme ni el aviso de haberlo recibido.
Gradúe U. ahora ¡cuánto pesará todo esto sobre el alma de un hombre pensador! Y si tales procedimientos deben serme aflictivos por los males irrogados a mi pobre depósito y a mi amenazada salud, todavía me es más sensible por que estando esto aquí en noticia de personas no de la última clase, sirva de prueba a los dicterios de falsos, inconsecuentes, sin carácter, &c. con que se nos apoda a los peruanos.
Verdaderamente, Señor, mi salud se desgasta rápidamente a in influjo de este clima feroz en todas estaciones; y en la necesidad de perecer, no sentiría pagar a la naturaleza la precisa deuda del nacer, sino dejar inconclusa la obra didáctica que hace seis años trabajo con el objeto de formar en mi patria músicos sabios en su profesión; y de otro modo, en caso de concluirla, que quedase inédita, o que alguno se la apropiase para especular con ella y dar glorias a su nación.
Sabe U. mui bien que esta clase de obras de que tanta necesidad hay, son las que más trabajo cuesta componer, por constar todas ellas de definiciones, análisis, ejemplos &c. con que es necesario persuadir convenciendo, convencer con la demostración, mas no por esto quiero decir que mi libro es el más sabio y erudito sobre este asunto , no Señor: la presunción está lejos de mi; y a pesar de más de treinta años de un asiduo estudio a éste propósito, solo sé, que aún me falta mucho que saber. Digo si, que en el orden metódico, desprendiéndome de la casi general manía de escribir solo para los sabios, me propongo enseñar y conducir al insipiente, y alumbrar al proficiente: dando a ambos conocimiento de la historia de la música aun de más allá de los Griegos y Egipcios, y resolviendo algunas cuestiones irresolutas hasta hoy en esta ciencia.
Dígnese U. disculpar esta larga y cansada discreción con que quizá lo he abrumado, dirigida no a otra cosa, que a darme a conocer, por si acaso le soy de provecho en algo; y concretándome a mi principal objeto, deberé suplicar a U. se sirva aceptar las consideraciones del alto aprecio con que me suscribo ser su apasionado y obsecuente servidor [&] B. S. M. J. B. Alzedo